Tengo hambre, pero siempre tengo hambre.
Quise comerme el mundo y ni pude
comerme una pequeña islita en el Caribe.
Dudo demasiado y el cielo sigue cielo
en su profundo vértigo atrayente
bellamente lejano y azul, azul, azul,
y nunca, nunca, nunca el mar lo alcanzará.
Tengo la cabeza llena de boleros machistas
y el corazón ahíto de mujeres muy tristes.
En un lugar del mundo que se repite tanto
muere un niño de hambre en los brazos famélicos
de una madre vacía de leche y de esperanza.
La tierra está maldita y yo la observo.
El mundo está perdido en el mar del espacio.
Yo lo observo girando, yo lo observo girando.
Cada día es el mismo cada día es el mismo
cada día es el mismo cada día es el mismo
cada día es el mismo cada día es el mismo.
Es el mismo es el mismo. Cada día desde el lecho,
donde noche tras noche caigo como en la fosa,
me yergo como Lázaro. Yo mismo me lo digo:
levántate, carajo, y anda. Ando entre mis rutinas
y a mis ruinas regreso. Voy a mis soledades; de ellas vengo
empedernido autómata, antropoide blandengue
que piensa y no le bastan sus bastos pensamientos.
Se me escapa el sentido. Ya no recuerdo nada
tan bello y tan profundo como el azul del cielo.
Y me acuerdo de ti que eres la vida.
Hjalmar Flax
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